domingo, 26 de octubre de 2014

Luto

Como luz que emerge del tañido,
vagabunda sombra que desplaza en su camino
blanca paz serena, emana
y amenaza con subirse a mi destino,
de corceles lleno el saco
para hallarte
galopando a lomos de una alondra
que en girones traza su volanda
y rasgando el aire se encabrita.
Noche negra se ha perdido,
porque el alma dulce ya ha sangrado
cualquier duda habida, cualquier duda,
y de llanto enjuto sumergido
el luto adiós y el muerto vivo.
Caracolas grises sin guadaña
han venido a verme de puntillas
y ese gong que nace en espadaña
reclama propio el hermitaño
ser que habita en mí sin yo saberlo
y que se ha empeñado en ser mi daño,
dueño de mi espíritu, cadenas,
chirriando cada verso y cada paso.
Noche negra se ha vencido,
noche de brilladas y de esperas,
noche
que ahora ya se ha vuelto eterna
pues, de negro, albor se ha contagiado,
nunca volverá de donde vino.

Mamá

Demoras
tu tiempo y dilatas
las horas que pasas jugando conmigo
que cantas y ríes
y riñes y sanas.
Te quiero, mamá.
Reduces
tus penas al llanto que atrapan
tus cálidas manos
y aguantas
mis gritos de rabia.
Te quiero, mamá.
Reposas
mis nervios y los sufres
tuyos, sin serlo,
y no pides nada, ni gracias,
ni besos.
Te quiero, mamá, te quiero.

Amanece de momento

Cada día al despertar,
amanecer salpicado de nubes,
alba sangrante desata
lágrimas porque no estas.
No tengo mañanas, ni edad
para contar otra vez,
ni aliento queda en el alma
que quiera volver a luchar.
Nada queda del valor
que anoche quiso surgir
escondido entre mentiras
y figuras de violín.
Nada de la esperanza
que ayer se despidió de mí
alejada entre cabriolas
y trocitos de jardín.
Nada hay de aquella fe
que soñó historias sin fin,
la vi llorar tu ausencia
y al abrir los ojos la perdí.

Deseo un deseo

Sólo necesito que me abraces
y me digas
que me quieres
aunque sepa que es mentira.
Sabes que no pido
nada raro
que yo ya he puesto mi vida
justo en medio de tus manos.
Dime que vendrás
que volverás
que te tendré
que moriré
entre soles y caricias
entre besos y sonrisas
entre mil noches sin día
en la luz de tu mirar.
Dime
que los sueños
son la vida
y la vida nuestros versos
y los versos
la alegría de tomarnos
sin hablar de otro final.

Consentidos

Sientes
que el azul del mar se ha vuelto verde
que la soledad te ha destrozado
que tu verdad ya se hizo fuerte.
Siento
que a cada momento me oscurezco
que en cada batalla siempre pierdo
que mi sencillez ya se ha hecho tedio.
Sientes
que el amanecer no es más que un tiempo
que el atardecer no es ni un momento
que el anochecer ya no trae sueños.
Siento
que ya no nos quede ni un recuerdo
que ya no seamos ni un silencio
y que ya no importen ni los besos.
Sientes
que ya no te llevo dentro
y no ves que lo que siento
es que lo has dudado siempre.

Lienzo

Colores reprochados
entristecen la gélida soledad
y acaloran el blanco luto.
Retazos de una voz que se ha callado
brotan en figuras y retratos,
flores, bosques y bosquejos
danzando al son de sus encierros,
calmando la sed de un calendario
que esgrime su pureza con extraño
y rinde un culto incierto
al desencanto.
Colores escupidos
adornan la última distancia
y coronan la mente en blanco.
Paisajes de una vez que se ha estrellado
nacen en solares y lunares,
bustos, gustos y disgustos
volando al viento de suspiros,
poblando la sombra de un solitario
que entrega su dolor, incluso, al daño
y deja un vano abierto
por si acaso.
Colores definidos
inventan el deseado mundo
y hacen que perder no sea tanto.

En blanco

Ahora,
abandonado el don de la palabra
al mismo silencio,
a su eco,
cederá,
porque el tiempo así lo dicta,
y romperá los tímpanos,
y la garganta,
con su quedo hueco
y su volumen mudado,
no tiembla ya, su timbre
sangra,
y emite un ruego ciego
sin nostalgia.

Como siempre

Del amanecer,
apenas el nombre en su recuerdo
nostálgica melancolía
que empuja el sueño,
arrastrando los deseos
y las ganas amargas
que rotas entre sábanas torcidas
descubren que la noche
no ha servido para hallarnos.
Del anochecer,
constante delirio de esperanza
que tristemente el tiempo,
con su omnisciente inquebranto,
siempre pierde
y siempre alcanza
las notas que dejamos en la almohada,
nunca  escrito el llanto,
de aguasal siempre manchadas.

De la mano

Paseo
por la orilla de tus besos,
buscando
la palabra oculta en mi silencio,
por donde anhelo sentirme,
de tu deseo,
el secreto.
Recreo,
en todo rincón de mi nocturna
ronda que a tu cama
me ha llevado,
un misterio desvelado
y una flecha hecha con tiza.
Sueño
despertar en tu jardín
maullando a la luna,
triste,
por no haber despertado antes
y ronronear en tu regazo.
Verso
con los colores que me has dado,
con la tinta
que he sentido,
cruces de labios y sal,
de tu mirada huida,
y en mi boca
prendida.

Noche de esencias

Despiertos sentidos
volando,
sin rumbo y sin señas se van
del nido
emboscados entre fragancias de otros seres,
otros mundos
y otra edad.
Despierta el sentido.
Durmiente sigilo,
apodado tiempo, se me agota,
llama mojada y papel de lija,
tu ténue luz ya se hace franca
y no alcanzo a recorrer nuestra distancia.
Despierta el sentido
mientras duermes.
Boca enjuta
y enjugar de lágrimas,
llanto que a la nube se le escapa,
perderse entre los mares ya no toca
besar su espuma,
sí,
besarla cuando explota
entre acantilados
y murallas
de riscos gráciles y lapas.
Despierta el sentido
mientras duermes
y duerme el sueño
mientras vivo.

Caperucita

Lobo
disfrazado de lobo
con coraza,
acorazado que prende
la llama
del esquilo atrapado
entre sollozos,
ruegos
y lamentos.
Llanto
trotón que campa
a sus anchas,
enormes batallas le acechan
pastando en calma
su mirada.
Vara de espuma y sal,
cicatrizante se expresa
la lanza
que un día apuntaba maneras
y hoy se retuerce en vergüenza.
Miedo,
dolor y daño en uno,
sentir y hacer en uno,
sufrir y amar en uno,
y en uno sólo todo
se enfrenta al camino
y al decidir su destino,
siempre recurrente error,
el lobo guía,
el cordero mata
y muere el pastor.

Existencia

Fragancias
purpuradas de celestes melancolías,
evocan estrellas que se fueron
y anuncian silencios de mentiras.
Rota la nada,
abierto el pecho a la inocencia
ronda, la mano abierta,
palpando con sus ojos ciegos
para no tropezar con la vida.
Soles que sangraron
entre rosadas de montes
y nubes taciturnas,
alegres han sufrido
y muerto sin agonía.
Otra hora
que lamentar sin ganas
ha de pasar por tu vera
y perderse sin dejar huella.
Sones que reflejaron
entre moradas de mares
y olas sempiternas,
respuestas han gritado
y mudos sin noticia.
Hecho el todo,
entregado seso a la inconsciencia,
besa, boca encarnada,
golpeando con su labio hueco
para no dormirse en la alborada.
Perfumes
asombrados, de universos coloridos,
me entregan ansias que volvieron
y una pasión que nunca ha sido.

El beso

El beso...
Ese pequeño mordisco a la vida.
Ese trocito de esencia de alma que se respira.
El beso.
Tus labios.
Mi cama.
Aroma de nieve
que se destapa en la alcoba,
hipnótica veleta
que me devora,
roncar de almohadas
y cabezas
que se funden entre risas y tormentas.
Sabor de amargo
despertar,
lucida sombra que entrelaza
avatares sin nombre
y sin tristeza
y nombres sin rango
ni nobleza.
El beso.
Tu tiempo.
Mi inconsciencia.

Otoñando

Mojado espacio
del viento arrojado,
artes luceras se afanan
por llorarte
sin saber que el nombre de tu pena
se ha olvidado.
Salado tiempo
del cielo callado,
cosechas de hambre se vienen
a tu vera
sin saber que el nombre de tu distancia
se ha escapado.
Maldito.
Llorado amor
del mundo apagado,
sombras de nada se asoman
entre rejas,
sin saber que el nombre de tu presidio
se ha enterrado.
Maldito,
doliente mar de estrellas fundidas,
quebrando la paz
y la dicha desteñida,
meces en tu regazo una calma
serena,
y fundes el crisol
que te ha dado vida.

Acopladas

Calidecer de aromas
escondidos,
esencialmente
despiertos en tu regazo,
acunando los templados nervios
y sueños,
quedan tantos por cumplir,
temidos en su destino arrastran
la pasión que se hace firme
y que se agolpa,
perfectamente acompasados
me llevas de la mano hacia el camino
y cruzas mis sentidos con los dedos.

Lánguida luz

Acurrucada
en un rincón de mi pecho, flota,
entre cicatrices y tiritas,
una luz serena
que mis noches prende.
Arrepentida
en una oscuridad dormida, sueña
con el alba de su encuentro
y el dolor de aquel momento
que el atardecer se lleva.
Aletargada
en una soledad, acompañada
de silencios que hacen eco
y de sus sombras,
danzando sobre roca incandescente.
Así vive la luz
que asoma en tropel cuando me miras
que entrega al viento
sanguíneas formas y fugaces
olas de sed que mueren vivas.

Desglose

Del ahogo
pordiosero del mundo
en que vivimos, nace
la eternidad ausente de un desatino
que brota de las ansias de saberte
tal y como eres,
como fuimos.
Nada,
de costa a costa entre los riscos,
de sol a sol entre borricos,
de pulcra suciedad en mi camino
y árboles de estrellas
por destino.
Seda desatendida
en el armario,
noches que alba blanca me despiertan,
dulces de algodón lleva mi escrito
y nadie a quien saciar,
o eso me han dicho.
De la nada
queda huido
el todo lo que han visto los vecinos
vientos que surcaron firmamentos,
y aun dolido queda el nicho
al que hogar, dulce hogar llamo,
y el destino.

Voz

Voz,
recorrida entre senderos tu palabra,
recogida entre algodones tu sentencia,
embebida en sed de miel
y de nostalgia.
Voz,
cubre mi rostro con tu tela
tejida en seda de amargura
de haber callado
y decir nada.
Voz,
acudes a mi llanto y me fascinas,
asistes a mi duelo y me das vida
de sueños sin soñar
y de alegría.
Voz,
rasgando el aire con tu tinta
llenas de versos mis pupilas,
alza los brazos y castiga
a este estúpido que mira.

Espera

Espera,
fuego que derrites los segundos de mi tiempo,
aire que se lleva la distancia,
flor que envenenada me hace falta,
espera,
esa calma insana que acompaña
los delirios sobre muerte que me arrastran
de sol a sol y con la luna
negra el corazón la tinta sangra.
Ni aun me sale un nombre
a la voz que recordarte
y la cama,
enredada entre mis sueños,
revoltosa,
se apodera de tus versos,
y me llamas,
con la voz de tu mirada,
y te espero
cada vez que tú me extrañas.
Espera,
que haces tanto sin saberlo.

Luna lunera

En la calle vacía
tu nombre resonaba en las sombras
y escuchando a la luna
duchando su luz la esquina
volaba de charco en charco
en busca de tus pupilas.
En la calle perdida
de aquellos besos dormidos
en el tiempo
se volvían promesas
que una noche cumplida
llenaron de sol y vida.
En la calle prohibida
calado de amor espero
y me callo
y te llamo en secreto
y me escuchas sedienta
y de nuevo te canto.

Quede el destino que quede

Que del destino quede
el camino recorrido
en ambos sentidos con nostalgia
sabiendo que lo andado
no se vuelve,
como un río,
por más que me he empeñado en remontarlo.

Que del silencio quede
el poema recogido
en ambos lados de la cama
sintiendo que lo dicho
no ha pasado,
como el tiempo,
por más que me he ofuscado en recordarlo.

Que del sentido quede
el abismo ennegrecido
en ambos nichos de la pena
soñando que lo huido
no ha servido,
como el duelo,
por más que me he obcecado en retenerlo.

Me muero

Me muero
por tener esas palabras
que no han venido cuando las quise,
por atrapar el momento
exacto en que la noche me trajo
un sueño de esperanzas truncadas
y de sentimientos anulados,
por anudar en una tela de trapo
el trozo de piel que me he arrancado
con tu nombre,
el hueco del alma que me ha quedado
y el vacío corazón que ya no sangra.
Me muero
por hacer el viaje sin maleta,
sin destino, sin certeza.

Tan solo me muero,
ya que la distancia de los rencores y las mentiras
no ha de ser cruzada,
ya que la melancolía de los reproches y los insultos
no ha de ser trazada,
ya que la esencia de la ira y del fracaso
no ha de ser escrita.
Tan sólo me muero,
ya que el tiempo de la vida
se me ha quedado en tu retina.

Gota de arena

Gota de arena
cristalina, se extiende en mi morada
sed, de ansiado tacto que se cierra
antes de abrir esta distancia.

Haces de luz
oscura, se acercan a mi hora
dada, tiznando con su calma
la prontitud de este mañana.

Una resaca de mares
se agolpa frente a mi ventana,
soñando, mi destino envenenado,
teje su maraña en mi almohada.

Dos veces he pronunciado
entre suspiros tu nombre,
una herida que no calla
y una muerte que no viene.

Subo, he subido y sumido
quedo presa de tu nada,
sumo, sumido y asumo
y me adentro en la nostalgia.

Noche de vela
enojada, se cierne sombra negra
en cabecero, deseosa de sentir el roce
del olvido en tu recuerdo.

Nada hay sino el silencio,
todo lo que el tiempo se ha dejado,
raudo vuela hacia un momento
en que ya no quede ni el lamento.

Lo que queda

Queda ya
solo el silencio de mi boca pronunciando
tu grito en el oscuro de un sereno
aire que nunca ha estado
y se ha perdido,
lejos del rumor de tus encantos.
Queda atrás
roto en el suspiro de un lamento
eco de un tictac enamorado
que ha de andar lo desandado
por morir donde vivía.
Queda en si
y no perdona,
queda así
y no blasfema,
queda en ti
y aquí se queda.

Madianoche

Horas pasan de la nada
y las brujas y fantasmas se han dormido
y la noche que ha quedado
suspirando cuelga del olvido.

Hoy despierto
enredando los sueños en tus besos
y versando mi almohada con la luz
que atraviesa a cuentagotas la ventana.

Alma abierta,
decorada con jazmines y amapolas,
tu aroma lleva, sopla brisa,
ansias de tenerte en mi retina.
Dejo que escapen los deseos
y hagas con mi pelo tus sortijas,
llego hasta tus labios con los dedos
y abro un poco más esas rendijas.

Siento que sueño
que aun no he dormido y quiero
volver a despertar en tu destino
y ser el caminar de tu sendero.

Horas pasan de la nada
y las brujas y fantasmas ya se han ido.

Ensoñaciones

Dormir me hace soñar, soñar me impide vivir, vivir me hace pensar, pensar me impide morir, por favor, arrópame por última vez.

Abrazo

Noche quebrada
luna en día,
sangre que roza la agonía
del despertar en la ventana
y de los sueños la morada.
Somos uno, tú y yo
y ninguno
que de la muerte nos viene el olvido
de sabernos siempre vivos
de sentirnos y sufrirnos.

De tus labios

Del grana de tu boca surgió mi nombre
y me diste vida.
Del dulce soplo de tus labios llegaron mis risas
llegaron mis cantos,
volando entre sueños
y saltando a tus brazos.
Del tacto leve de tu mano
el vino purpúreo de mi sangre
y el calor que me abrigaba entonces.
Ahora de todo queda el recuerdo,
queda la vez que fue y no ha sido,
queda lo que entre medias no dijimos
y lo que pudimos dejar sin decir.
Ahora de mi alma he perdido
la voz, la esencia y el miedo,
ahora no queda ni nombre, ni camino,
nada queda por venir.
Del grana de tu boca surgió mi nombre
y me diste vida.
Ahora,
del negro de tus ojos cautivos,
surge el llanto que me la quita.

De lo que hablamos

De cuanta angustia hablamos, de cuanto dolor y sufrimiento
De cuanta mentira que desdeñamos
Tratando de encontrar nuestro momento
De ti mi amor te pido el cielo
Y solo me contemplas con ausencia
De mi me pido darte las estrellas
Y apenas una misera cerilla
Llevo a la palma de tu mano

Sólo una vez

El tiempo no lo cura todo, en ocasiones existe una barrera invisible que va soportando el paso de los instantes, cual presa, y, con sólo un segundo de más que llegue, se desmorona toda la impotencia y la agresividad contenida.
Los vecinos del cuarto, sentados en la cocina cenando una sopa, supongo que sea de verduras, una pareja de ancianos que siempre sonríen al entrar en el ascensor y preguntan el piso al que voy, y siempre les respondo con la única sonrisa que he aprendido a mostrar, una de esas que apenas muestra sentimientos pero que con el paso de los años he logrado evitar que muestre desprecio, una sonrisa plácidamente neutral. Al quinto, gracias.
El aire cálido de esta noche de verano silva en mis oídos un triste blues de despedida.
La mujer del tercero, afanada en sacar brillo a unos platos que no dan más de sí, como ocurre en su matrimonio, seguramente espera que vuelva su marido, de tomarse más de lo debido, o de pasear por esas calles de mala fama que hay en cada ciudad.
La calle está vacía.
Los estudiantes de segundo tienen una especie de fiesta, como siempre, todas las luces de la casa encendidas, todas menos las suyas, que se han consumido con tanto alcohol y tanto videojuego. Retumba en los cristales alguna de esas nuevas invenciones "tecno musicales", con muchos gritos distorsionados.
Llega un zeta de la policía chillando y frena en el portal.
Una paloma enfermiza, con el cuello desplumado por alguna de esas enfermedades que porta, y con las patas hechas muñones por haberse posado en asfalto reciente, sale volando del alféizar de la oficina del primero. Nunca he sabido bien qué tipo de asesores trabajaban aquí, pero sus consejos no podían ser muy buenos si ha quebrado la firma.
Golpeo el suelo con estrépito delante de la pareja de jóvenes policías, en mi opinión un poco novatos, y todo desaparece, no quedan recuerdos ni angustias, no queda miedo ni rabia, la sangre que brota de mi cuerpo borra las señales que él dejó en mí.
Por cierto, arriba, en el quinto, el piso del que he llegado, quedó la luz encendida, por favor, cuando saquéis los trozos de mi marido, apagadla.

Ama de casa

Para que no se enteren de que me he marchado, dejaré recogida la cocina, haré las camas y plancharé la ropa que sigue en el cesto desde el jueves. Para que no pasen hambre, les dejaré la cena lista en el microondas y algún postre en la nevera. Para que no discutan, les dejaré una nota junto a los mandos de la tele y volveré, cada noche mientras duermen, para ver que les va bien. Para que no me olviden, rociaré con perfume la funda de mi almohada y, para que no tengan que limpiar, procuraré que mi sangre no salga de la bañera.

La vergüenza

Me acerco y anoto sus nombres en una libreta.
La fría habitación está llena de los cadáveres de un accidente, causado por un conductor borracho que se estrelló contra un autobús.
Busco al culpable para los sucesos del diario local en un mar de pies, hasta que doy con un nombre que me arranca el lápiz de la mano. Tembloroso, recojo el lápiz y me incorporo y miro la sábana bajo la que se oculta el rostro de la vergüenza.
Me acerco y retiro el sudario. Alguien me está mirando desde arriba, anotando mi nombre en una libreta.

Comienza bien el día

Bicho gafoso de mierda, estúpido animal transmisor de desgracias, por tu culpa cambié de dirección bruscamente y pasé bajo la escalera de un técnico electricista al que se le cayó un destornillador.
Quizás la negrura inquietante de tu alma me hubiese cubierto con su peligroso manto funerario y ahora fuese tarde para cualquier rectificación de mi destino, sin embargo, un salto ágil me desplazó, en el tiempo, lo justo para escapar de la guadaña, con la desgracia de tropezar, en mi hégira, con un retrovisor que reventó en mil pedazos al caer al suelo.
Menos mal que hoy pisé una buena mierda.

Solsticio de verano

Ni subido a una escalera conseguiría besarte, tan altivo, tan dominante, tan seguro de ti mismo, y con la lujuria hirviendo en cada partícula de tu ser.
Apenas soy tu siervo, recostado sobre el mundo, y tú que me devoras carne y alma, que me condenas a tu devoción inquebrantable, que me rindo a tus pies y a tus caricias en un juego al que sólo sabes ganar, mientras duermo, mientras vivo o mientras musito alguna canción que escuché en la radio, tumbado sobre la toalla. A veces me haces daño, pero hoy, hoy me desnudo ante ti para que calmes un invierno demasiado largo.

Una noche sin destino

Recuerdo el ayer, el primer día, recuerdo el parque y que creímos oír una canción de Whitney, que tiritaba de frío y tú de miedo, recuerdo el abrazo y lo demás. Pero hoy nada es lo mismo, nada queda de aquella verdad, hoy todo es mentira, traición y descuido, hoy soy la persona más culpable del universo, y, sin embargo, hoy he recuperado mi escudo de mentiras, debí dejarlo anoche sobre el trapo y, al secar las dos copas, cayó.
Mientras recoge el anillo, mira el reloj y respira, aun llegará a tiempo, al aeropuerto, a buscarte.

Arañando el sueño

Mientras recojo mi destino del frío suelo de la cocina, advierto una rendija entre los azulejos por la que se ha vertido una porción infinita de mi tiempo.
El encargado grita, con su habitual gesto de superioridad, para que limpie los restos de lo que debía ser un pedido que ya iba retrasado.
Por primera vez, en toda mi vida, le ignoro y me inclino para buscar esos años que se han perdido. Noto un soplo de aire cálido bajo el suelo. Araño los bordes de cerámica y siento cómo empiezo a fundirme por la punta de los dedos. Tomo aire, frunzo el ceño y limpio la pizza del suelo.

sábado, 25 de octubre de 2014

De aquello

Una palabra y,
entre la verdad dicha,
la burla de un destino que no muere
y siempre acaba en mi camino.

Una mirada y,
la fugaz sal que comprime,
cristal líquido y reproches,
desgarra y mata.

Una caricia y,
la pasión y el sentido
que entre los dedos se pierde,
un roce que no abrasa.

Ya ni los silencios se callan,
ni las miradas
se reúnen en futuros intangibles,
ni las manos se abrazan
al pasado,
ni nada.

domingo, 19 de octubre de 2014

Todo es nada

Hoy he de poner 
mi vida en tu retina y dejar 
que la imaginación nazca de nuevo;
he de poner el sol 
de nuestra parte 
y voltear el cielo hasta que llore 
estrellas en la noche; 
he de soltar 
la brisa del oeste 
para traer susurros de otros mares 
y besos emigrantes.
Hoy he de hacer 
todo eso y lo que falte 
y, aún así, 
sabedor de la distancia que ya existe, 
lo haré 
mientras la muerte no me alcance.

sábado, 18 de octubre de 2014

Decidido

Si decido subirme, si sólo ahora decido subirme, si decido subirme solo ahora, entonces, quizás, descubra que nunca he estado aquí, que nunca he existido para este lugar, que ni sombra, ni rastro, ni fragancia hueca deja mi ser, ni apenas un halo de vapor en la ventana que he abierto, ni la postrera huella en el alféizar.

Si decido sentarme, ni las palomas que me han visto lanzar migas de pan me llorarán más que yo mismo, ni las palabras que hoy me dejo me acompañarán a donde vaya, ni el silencio compañero velará mi despedida.

Si decido volar, tan sólo el tiempo de los niños, retrasado hasta el futuro, hará de mi pasado un desempeño que niegue la certeza del suicidio y abra la puerta al desconcierto.

Si decido irme, seré la última persona en reconocerlo y la primera, que sin saberlo, entenderá que la nostalgia no se larga por desearlo, que la tristeza no se pierde en el tiempo, que el olvido nunca llega a la memoria y que la pena que te rompe nunca cesa.

Si no decido morir, nunca leerás esta carta.

jueves, 21 de agosto de 2014

Hasta que la muerte...

El hombre luce una inquietante sonrisa. Su imagen, a pesar del marcado carácter masculino, transmite la misma sobriedad hermosa de "La Gioconda", con las manos cruzadas sobre el vientre, mientras permanece sentado bajo la marquesina del interurbano.

El fulgor anaranjado de una farola parece darle un tono veraniego, saludable, como de recién llegado de un viaje de novios al Caribe, algo probable por el modo en que la alianza luce el brillo de la novedad.

La mujer, de blanco inmaculado, ya se acerca. Camina despacio, observando con delicadeza cada paso. Sus ojos intuitivos buscan la verdad.

Una ligera brisa nocturna mece, con ternura, una cinta que reza: "PROHIBIDO EL PASO".

El valor del miedo

"Esta vez no erraré el tiro, esta vez no temblaré al verte borracho atravesar el umbral. No pensaré en nuestros hijos, ya no están en casa, se han ido a formar su propia familia, lejos de ti."

Había podido huir desde la última paliza, escapar a algún lugar perdido, sin embargo, fue valiente y se quedó a esperarle, pacientemente, sabía que una orden de alejamiento le haría volver, contaba con ello.

"Aquí estoy, deseando que llegues a esa puerta, ni siquiera he cambiado la cerradura para que te sea más fácil entrar."

Al otro lado del pasillo suena el tintineo de unas llaves, la puerta comienza a abrirse...

TIERRA MOVIDA

“Una vez te escuché decir a alguien que robar a un muerto era lo más rastrero que podía hacerse. Hoy he venido a tu funeral para arrebatarle a tu tumba todos los secretos que pretendías dejar bajo la lápida."

***

Natasha permanecía inmóvil frente al ataúd de roble, en un pequeño alto coronado por un ciprés centenario. El aire cálido y sensual de un atardecer de verano besaba cada milímetro de su piel de veinte años, acariciando por debajo de la falda y escalando hacia sus pechos a través de la vaporosa blusa; sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda, la hizo estremecer y encogió sus sentimientos al ver cómo el ataúd penetraba en las carnes abiertas de una tierra que lo acogía en sus entrañas como tantas otras veces Natasha acogió al hombre que yacía dentro.

***

Una sacudida de recuerdos violentos la transporta a las lejanas estancias en donde juegan al escondite restos de su pasado. Una tibia luz penetra en sus rincones más oscuros, llenando de una pegajosa blancura todas las cavidades de su memoria. Sacude la cabeza pero no puede limpiar la desagradable sensación.

"Llegabas a casa tarde, después de un intenso día de trabajo que no conseguía agotarte y te acercabas sigiloso a la puerta de mi intimidad.
Entrabas sin hacer ruido: te gustaba verme dormir, sumida en el silencio de mis sueños. Te desnudabas lentamente, sin ninguna prisa, con esa paciencia eterna que te movía despacio. Luego, arropándote entre mis sábanas, acercabas tus labios a mi oído y susurrabas mi nombre, tan dulcemente que un cosquilleo recorría todo mi cuerpo y me despertaba.
Siempre te gustó que me quitase la ropa delante de ti, pero nunca hubo música entre nosotros, tan sólo la acelerada percusión de un corazón excitado. "

***

Natasha paseaba silenciosa por los caminos eternos de un parque de recuerdos perennes en donde los niños jugaban a ser padres y los padres a ser niños. Pasó junto a un banco de madera, uno de los que recordaba frente al brillo del estanque, y se sentó, observando cómo los voraces patos devoraban los trozos de pan que ella arrojaba, con quince años.
Alzó la mano y un pequeño querubín de tonos grises se posó en su mano para comer migas de galleta, cuando terminó se fue volando. Natasha siguió al ángel con la memoria mientras se perdía en el cielo.

***

"Recuerdo la primera vez que entraste en lo más profundo de mi ser, lo recuerdo como si hubiese sucedido ayer mismo, aunque hace ya mucho tiempo que tu nerviosismo se abalanzó como un tigre sobre mi intachable virginidad y manchó, con la sangre de una inocente presa, mis sábanas blancas. Nunca te paraste a pensar en lo que hacías, ¿verdad?
Aquel día, cuando me diste el beso de buenas noches y te marchaste, me quedé sola, llorando en el silencio de una habitación violada, sin la certeza de lo que había pasado y con un dolor tanto físico como moral. "

***

El funeral se hacía largo, igual que la sombra del sacerdote que, arras­trándose por el suelo, iba besando una a una las lápidas con las que se topaba al intentar alejarse de un anaranjado sol que amenazaba con perderse tras el horizonte antes de que se hubiese terminado el cansado ceremonial.
Con el anochecer llegaba un viento frió que se acercaba a la triste soledad de Natasha y seguía su viaje hacia ninguna parte junto a los pensamientos perdidos de la única persona que escuchaba la oración, larga pero hermosa, que dirigía el agradable clérigo a un hombre muerto y a una mujer con ganas de morir.

***

Natasha sacó un cigarrillo del bolso de piel negra que llevaba colgado del hombro, lo encendió y sintió cómo la miraba con cierta reprobación el viejo oficiante.
Nada de eso tenía ya importancia, nada de lo que pudiese pensar nadie, ni siquiera aquel hombre que estaba, por fin, terminando la oración.

- ...porque nadie ha sido enviado a la tierra por Nuestro Señor sin un motivo y el motivo de todo ser es el de tener una familia de hijos e hijas que pueblen con salud y amor todos y cada uno de los rincones de nuestra amada casa que es la casa del Señor. La riqueza de un hombre no puede medirse por sus posesiones pues en el Cielo todos somos iguales a los ojos de Dios y esa es nuestra más preciada posesión: la mirada paternal e indulgente de Dios, Nuestro Señor. Amén.

Terminó el cigarrillo al tiempo que concluía la oración. El sacerdote se dirigió hacia Natasha, la tomó del brazo, con un agradable gesto, y le dio su más sentido pésame. Ella, aunque indiferente, aceptó sus palabras porque sabía que no eran más que eso, sólo vacíos mensajes de un hombre al que no volvería a ver sobre un hombre al que jamás podría olvidar.

***

El sacerdote se fue con su sombra negra hacia la capilla y cuando lo perdió de vista, Natasha volvió a sentir otra vez la necesidad de huir, como la primera vez que se acostó con el hombre que ahora se atrevía a descansar por toda la eternidad.
No se fue hasta que los enterradores terminaron su trabajo; sólo entonces aceptó que nada le quedaba por hacer en aquel lugar, ni en aquel ni en ningún otro.

***

Ella volvería a casa, se prepararía un baño de espuma y dejaría que el agua se saliese de la bañera, ya nada tenía importancia, nada volvería a ser lo que era antes. Por fin podría descansar sin la tensión de no saber si él volvería o no para tomarla como siempre había hecho.

***
Natasha dejó una botella de champán en un cubo con hielo en el cuarto de baño, junto a una sola copa, su copa, y una cuchilla de afeitar que había comprado hacía tiempo, antes de que él enfermara de sida y la contagiase.
Todo estaba sobre una banqueta de madera junto a la bañera y todo estaba con motivo.
Pondría un disco de los que a ella le gustaban, se desnudaría despacio, sin nadie que la hiciese ir deprisa y se metería en la bañera durante un buen rato. Abriría la botella y se serviría una sola copa, para ella, y la bebería despacio, con todo el tiempo en sus manos, dirigiendo, al fin, su propia vida. Luego todo terminaría cuando ella quisiese, tomaría la cuchilla y se cortaría las venas como tantas otras veces había intentado.

***

"No te rías de mí, esta vez no estas para impedir que lo haga. Sólo me has dejado una enfermedad y malos recuerdos, esa debe ser la herencia de amor de la que hablaba el cura. Entraste en mi vida cuando te dio la gana y sin pedir permiso. Yo te acepté en mi cama porque no sabía qué era lo que estabas haciendo, yo era muy joven, pero al menos podías haber sido fiel conmigo, ya que no lo fuiste con mi madre.
Fue por eso, por tu culpa, que ella muriese, pero a ti nada te importaba. Recuerdo que el mismo día de su muerte, después de regresar del entierro, cuando yo me estaba dando una ducha, entraste y me volviste a tomar. Aquel día fue el primero en el que intenté suicidarme, ¿lo recuerdas tú? "

***

Natasha terminó de apurar otro cigarrillo y se agachó para apagarlo sobre la tierra movida bajo la cual descansaban los restos de aquel individuo.
Uno de los sepultureros que aun estaba allí, se quedó atónito ante la sorprendente actitud de la joven y creyó escucharla decir algo que sólo entendería, al pensar en ello al día siguiente, mientras leía la desgarradora historia de la joven, en una carta de suicidio, publicada en un periódico de la región:

- Adiós, papá.

Aarón

Cuando nació, arropado por el frío glacial de unas latitudes tan lejanas y desconocidas, nadie se fijó en que era distinto. Era como todos, un poco más pequeño y delgado que el resto de los que habían nacido en aquellos días, pero no parecía sino un poco más desnutrido que ellos.

Con el paso del tiempo, las diferencias con los otros se fueron acrecentando; primero de forma sutil, con más enfermedades que el resto, de nuevo debido, probablemente, a la falta de alimento, luego con una diferencia apreciable de estatura y complexión y, finalmente, con un claro y marcado deterioro de su plumón, sin nacimiento de plumas nuevas, el pingüino Aarón, era incapaz de disimular que, simplemente, desaparecía dejando zonas desnudas en su sensible piel.

Todos los demás pingüinos lo esquivaban, temían que les contagiase su mal, y sólo unos pocos lo miraban, pero lo hacían con desprecio, como si el pobre Aarón fuese culpable de sus propias desgracias.

Unos meses después de nacer, todos los jóvenes se zambullían por primera vez en el mar, en busca de diversión y sustento, todos menos Aarón, quien, desprotegido del abrigo de un plumaje mullido y aislante, sólo podía quedarse al borde de la isla de hielo, mirando al cielo y llorando su impotencia.

Entonces entendió ver, en el vuelo de los alcatraces, la vida que ansiaba; él era distinto, lo sabía, pero eso no tenía que ser un problema, sino una oportunidad, y con ese pensamiento rondando su cabeza comenzó a idear un plan.

Cuando los jóvenes se sumergían, Aarón trepaba una ladera cercana a la costa en busca de plumas de distintas aves que habían anidado allí, también recogía algunas algas que la marea atrapaba entre los rompientes de la orilla y, oyendo las risas de sus congéneres, fruncía el ceño y soñaba, sintiendo que algún día, llegaría su turno.

Al cabo de un año, mientras todos dormían, Aarón ascendió hasta lo alto de la colina, llevando consigo un pesado fardo en el que escondía su gran tesoro, su futuro, su esperanza y su venganza.

Al llegar a la cima, desplegó un fabuloso manto de plumas, inmenso, desproporcionadamente blanco y puro, se lo puso sobre los hombros y, cuando los primeros rayos comenzaron a despuntar, Aarón agitó el cuerpo y desplegó toda la fuerza de sus alas, alzando el pesado armazón sobre su cabeza y reflejando con esplendor toda la luz del astro.

Los pingüinos, que se habían burlado de sus disminuidas facultades, despertaron asustados por la ingente claridad que se cernía sobre ellos. Sin saber a qué era debido, algunos trataron de huir en todas direcciones, golpeándose con violencia unos contra otros, quedando, inconscientes e incluso heridos, tirados sobre sus propias heces y orinas. Otros, simplemente no lograron salir de su estupor y, presas de un pánico indescriptible, tan sólo dejaron de vivir.

Aarón no estaba satisfecho, aun quedaban algunos, así que tomó impulso, se lanzó en picado desde lo alto y, batiendo las alas de su nuevo traje, comenzó a volar.

Ascendió con firmeza, en busca de los rayos que se alargaban desde el horizonte; su esfuerzo podía costarle la vida, pero él sabía que nada lo detendría, ni la muerte podría evitar que la rabia contenida por todas las humillaciones sufridas, quedase sin venganza.

Batió con fuerza las alas hasta tocar el cielo y, desde lo alto, miró hacia abajo, y observó cómo aquellos empequeñecidos seres que fueron su prisión moral, lo imploraban con lágrimas en los ojos. Pero él ya había llorado, más que todos ellos juntos, y había sido por su culpa, así que, sin contemplaciones, abrió de par en par su armazón y capturó los dedos solares entre sus brazos.

Volvió a batir sus extremos emplumados, una sola vez y lanzó, como flechas del infierno, los rayos que había atrapado contra las promesas de piedad y las angustias, contra las mentiras y las burlas.

Permaneció en lo alto, viendo cómo los cegadores impactos destruían las vidas que le habían marcado, que le habían aislado, que le habían dejado a un lado como a un ser inferior, incapaz, y disfrutó de la dantesca desesperación que había creado.

Entonces, sólo durante un instante, dejó que una lágrima se deslizase por su mejilla, se escapaba sin razón, sin derecho, nada había por lo que estar triste y mucho menos por lo que llorar. Trató de limpiarse con un brazo, pero pronto asomó otra lágrima del otro lado y pronto otra más y siguió así, hasta que comprendió que el llanto era imparable.

Desconsolado, abatido, asustado y avergonzado, tapó su rostro con las manos, dejando de volar, y cayó, con fuerza, con estruendosa claridad, golpeándose contra la dura realidad de la conciencia y murió entre quienes nunca dejaron de ser los suyos, aunque jamás supieron demostrarlo.

miércoles, 20 de agosto de 2014

TARDE PARA ENTENDER

Lejos de la luz de la aurora, el cielo nocturno paseaba despacio, recreándose en la tristeza de unas lágrimas cristalinas y centelleantes, entregada al misterio de la soledad, gobernando con su luz de porcelana el rostro de un doncel que recordaba sus fracasos desde el borde de un pedestal de piedra y prado.

Aquella figura, la fastuosa estatua de inquebrantable fe, se enfrentaba desde el norte al resto de la ciudad, encumbrado, por alguna piedad intangible de económicas pretensiones, sobre el símbolo de la capital, el Naranco.

Abrazado al tiempo, atrapado en una edad que no le correspondía, cada noche buscaba en la soledad de su habitación la calma de un beso robado al alcohol y la lujuria de un cigarrillo que lo consumían en silencio.

La pantalla del ordenador parpadeaba en tonos azulados su nombre, para no olvidarlo quizás, René, revoloteando por cada esquina, con efecto de espejo, como si fuera un virtuoso de la informática pero sin saber, apenas, manejar del teclado.

Apuró el pitillo y lo estrujó contra un recuerdo de algún viaje de hace años, de cuando salía de casa en busca de aventuras, de cuando tenía una vida, y golpeó la tecla de espacio para comenzar la sesión. El fondo de pantalla, una imagen de un perro cazador tumbado, estaba salpicado de carpetas, accesos rápidos y archivos de audio que había descargado de algún sitio.

Tomó el ratón y comenzó a desplazar el cursor, primero apretó dos veces sobre una de las canciones y, en el reproductor, comenzó a cantar Gary Jules, con su arrastrada Mad World; esa canción le encantaba, la tarareaba porque apenas sabía inglés, pero el estribillo lo bordaba y se recreaba en cada letra, sintiendo que era el mejor cantante del mundo o, al menos, que era capaz de igualar al propio artista.

Luego situó el cursor sobre el icono de un regordete verdecillo y abrió el programa de mensajes rápidos, para ver si había alguien conectado a esas horas; era demasiado tarde, nadie estaba tan aburrido de su propia vida. Cerró la sesión.

Comenzó a navegar por la red sin rumbo, se deslizaba con torpeza por páginas de todo tipo, desde las novedades del motor hasta la predicción del tiempo para los próximos días, y, en todas ellas, encontró una pauta, siempre aparecía la misma publicidad, extrañamente, una y otra vez se repetía la misma secuencia de imágenes a un lado u otro de la página, pero la repetición era exacta, una fotografía de una mujer, hermosa, de cabello negro y tez amablemente embriagadora, seguida de una pregunta directa sobre un fondo blanco: ¿Seguro que quieres estar ahí?

Trató de no pensar en ello, nunca había pinchado en un link publicitario, pero la pregunta resonaba con fuerza en su cabeza, golpeando en cada página, en cada clic, en cada latido de su corazón, llamándolo casi por su nombre: ¿Seguro, René?

Al final, con los nervios destrozados por la curiosidad, decidió entrar en aquel mundo que lo reclamaba. Tomó un sorbo de algo que ya no estaba frío y que apenas recordaba la gradación que había tenido, encendió un cigarrillo, apagó el reproductor y bajó la intensidad de la lámpara halógena, como si quisiera escudar su paranoia en una oscuridad innecesaria. Apuró el vaso, aspiró una inmensa calada y pinchó en el enlace.

Miles de imágenes brotaron en tropel desde el otro lado de la pantalla, arrollando e impactando directamente sobre los ojos de René; la vorágine de secuencias era tal que apenas podía reconocer nada de lo que llegaba a su mente, pero quedó enganchado a la pantalla y, poco a poco, pudo distinguir pequeños retazos.

Nada de lo que lograba asimilar tenía relación entre sí. Parecían notas de vidas pasadas, retablos de esquizofrénicas realidades, colgajos de viscosas sensaciones: un niño golpeado por la poderosa decisión de un padre descontrolado, desubicado, enajenado y mortalmente herido de sinrazón, un héroe con la capa rota, un atleta sin suerte, un jugador profesional con la rodilla destrozada en un accidente irreflexivo e innecesario o un viaje en tren al otro lado de Europa.

Pronto, todas las imágenes se aclararon; las entendía, las recordaba, eran pedazos escapados de su propia vida, eran su misma esencia que volaba, frente a su mirada perdida, en apenas unos segundos. Se estaba viendo a sí mismo y a lo que hubo sido en otro tiempo.

La última imagen fue la suya, en una noche, sentado frente a una pantalla que parpadeaba su nombre en tonos azules y comprendió, sólo en ese momento entendió qué sucedía y quiso pararlo, pero era demasiado tarde, era tarde para que nadie estuviera conectado al otro lado, era tarde para navegar por Internet, era tarde para vivir y murió...

Carta de apoyo a La Voz de Asturias.

Todo debe tener un sentido, literal o literario, para que la escasez de recursos mostrados y mostrables tengan la razón suficiente como para vencer sin convencer. NO CERRÉIS LA VOZ.
Palabras que son ideas que son emociones que son sentimientos que son vidas que son verdades y son mentiras. Palabras que han movido mundos enteros y que han de seguir moviendo. Palabras que son tristes mensajes de fracaso y de expectativas truncadas.
Son sólo eso, palabras que han de quedar mudas, palabras que no hablarán más, palabras que recordaremos en silencio bajo el grito desgarrado de una crisis existencial en la que los números vuelven a ganar la mano y la emplean para destruir una Voz.
De nada ha de servir nuestro clamor por lo que ha de venir, nuestro apoyo a quienes lo han de sufrir o nuestra repulsa ante semejante desvarío desproporcionado en el que la insostenibilidad de un medio pasa por la guillotina a todos aquellos que han estado soportando sobre sus hombros la despótica deshumanización de algo que dejó, tiempo atrás, de ser un tesoro de información para los ciudadanos y pasó a convertirse en un modo de atesoramiento de un grupo que, ante las primeras incertidumbres económicas, opta por la salida más cercana.
Quizás sea este el momento de pensar egoístamente, tal vez el "sálvese quien pueda" sea la forma efectiva de tomar decisiones difíciles, pero, sinceramente, creo que la situación a la que deben enfrentarse cientos de personas por causa del despido es más injusta que la incapacidad de unos pocos de aumentar aun más sus acaudalados bolsillos.
Que no silencien vuestros latidos y que la tinta siga fluyendo por los ríos de nuestra región.

sábado, 19 de julio de 2014

La hora de Ángel

Nunca un atardecer había durando tanto tiempo. El resplandor mortecino de un anaranjado astro a punto de extinguirse permanecía aferrado, por la punta de sus rayos, al inalcanzable y eterno horizonte. Era como si el tiempo no quisiera seguir con su discurso imparable.

***

Sin reloj, tratando de adaptarse a la lentitud de aquellos segundos, resultaba, cuando menos, una operación de imposibles senos, cosenos y cuadrados de hipotenusas saber la hora que era, por lo que, Ángel, decidió explorar en las profundidades de la razón y se aproximó a una joven de aspecto pulcro para resolver su duda.

La hermosa muchacha permanecía silenciosamente reclinada sobre un pedestal de un cemento ajado por el clima y por la edad, además de estar cubierto de un sutil aroma de mascotas de ciudad, cuyos dueños siempre estaban más preocupados por conservar un espacio propio que por dar libertad a sus animalillos.

Apenas oculto bajo unos paños ligeros, su cuerpo se insinuaba con serenidad y parecía seducir a cada ser que se acercara a su poderoso campo de atracción. La leve brisa que se deslizaba entre los árboles del parque, arrojando sutiles sensaciones de agradable frescor mezcladas en una serie de sonidos primaverales, parecía querer apartar un poco más el vestido de la bella dama, que ya mostraba algo más que una rodilla bronceada.

***
-Buenas tardes, - se presentó con elegancia- ¿sería tan amable de decirme la hora?

Ella no se inmutó, parecía no haber escuchado las amables palabras que tanto tiempo se habían entretenido en la cabeza de Ángel, nerviosas porque no estaban acostumbradas a dirigirse a los desconocidos.

***

Eran raras las ocasiones en que el muchacho, de aspecto desgarbado, con la melena descuidada en un remolino de trenzados caracolillos, salía al encuentro de la sociedad.

Su mundo era cerrado y solitario, apenas salía de la habitación, aunque no tanto debido al miedo a la gente, al barullo ciudadano, a la convulsiva humanidad que nunca se detiene por nada, su fobia era más bien por sentirse sólo entre tanto gentío; sin embargo, aquella mañana había sentido la necesidad de explorar los alrededores, una vocecilla en su interior le había empujado a ponerse unos pantalones que habría encontrado en algún armario, una camisa negra desteñida, de cuello mao, y sus zapatos roídos por el descuido. Antes de salir de la habitación no se miró al espejo, nunca lo hacía.

***

La femenina cara parecía tornarse de un color rosa carmesí, suceso que se antojó, en la mente inexperta de Ángel, como un efecto fisiológico propio de quien se siente avergonzado por un pensamiento inquieto, o por una posibilidad callada por el silencio de la inmoralidad autocensurada.

-Perdona,- quiso insistir utilizando un trato más cordial, pero sin pretender ofender- ¿tienes hora?
Impasible, alzada su mirada un poco por encima del crepúsculo, como tratando de entender dónde quería meterse el sol, ella mantenía sus labios sellados, pero sin perder la sonrisa.

***

Ángel se mantuvo en silencio, arrimado a la sombra cada vez más larga de la dulce joven, tratando de imaginar por qué no quería responder.

Tal vez no le entendía, tal vez la muchacha era de otro país, quizás de uno lejano, de un lugar maravilloso donde las palabras tenían otra forma, donde los colores respondían a otros nombres y los adjetivos, a pesar de significar lo mismo no sonaban sino como un mar de intrincadas siluetas desdibujadas de un cuadro de Van Gogh.

***

-¡Mira, mira!- asaltó un individuo tirando de la manga de la que parecía su reciente esposa- ¡Es Anabel!

-Sí…ya lo veo, cariño… venga... una foto y volvemos al hotel, ¿vale?- coqueteó con la mirada, con los ojos que sólo ellas saben poner, con esa sonrisa pícara a la que no se puede negar uno.

-Nada de fotos…- balbuceó ansioso mientras pellizcaba, sin vergüenza, el culito respingón de su acompañante- ¡vamonos ya!

***

Las risas contagiosas de la pareja resonaron durante un rato llenando el ocaso sepulcral del parque. Cuando se apagaron, Ángel ya había grabado el nombre de la desconocida en una libretita que guardó en el bolso de la camisa.

-Estúpidos- susurró Ángel saliendo de detrás del árbol que lo cobijó al llegar la dichosa parejita - no entiendo porqué la gente tiene que molestar siempre.

***

Anabel no hizo ningún movimiento, ni cuando casi rompen su eterna serenidad con unas fotos, ni cuando regresó a su vera el muchacho, con una información, escondida en su corazón, como un tesoro.

-Ya conozco tu nombre, - musitó el joven, asombrado por la frialdad marmórea de la muchacha- te llamas Anabel...

Ángel se mantuvo expectante, a la espera de cualquier movimiento, cualquier sensación, cualquier pequeño detalle que, por sutil que pudiera ser, se habría antojado un gran éxito en la cruzada a la que se había lanzado el joven; sin embargo, todo lo que pudo apreciar fue cómo el tono ruboroso de la bella muchacha se tornaba de un rojo rubí, incandescente y volcánico, del color del odio reprimido y la cólera a punto de estallar.

Ángel, temiendo que, tal vez, estaba comenzando a molestarla, quiso disculparse.

-No quería importunarte, de veras, solamente quería saber la hora que es.

            Anabel mantuvo su mirada apartada, huidiza, ajena a la voluntad férrea del joven, quien, continuaba manteniendo una distancia mediterránea, más propia de un acercamiento que de una separación pero, con el prudencial decoro, respetando el límite espacial de los desconocidos.

***

            El incómodo silencio femenino fue rompiéndose, sutilmente, por una jauría de chillidos lejanos y descoordinados. Poco a poco, aquella violencia aérea fue invadiendo el sacrosanto emplazamiento en el que, la extraña pareja, mantenía su unidireccional relación.

A medida que los ruidos empezaban a concentrarse sobre las cabezas de los jóvenes, Ángel se dio cuenta de que se trataba de los pájaros que solía ver desde la ventana de su habitación enredándose en juegos celestiales, torbellinos acompasados en perfecta formación, una nube negra que atravesaba el cielo de la ciudad con una extraña y sobrenatural puntualidad, ya que, con una sincronización de cuarzo más propia de humanos que de animales, surgían, de la nada, a la misma hora día tras día.

Ángel tenía, al fin, su respuesta, aunque no de los labios sellados de Anabel sino de los locos estorninos que habían aparecido en el parque. El problema era recordar a qué hora hacían su aparición; la última semana no se había asomado a la urbe, su persiana había permanecido cerrada, evitando el contacto con la realidad exterior, por lo que no había prestado atención a los puntuales acontecimientos que le otorgaba la naturaleza.

-Son estorninos,- comenzó a explicar Ángel- negros como la noche y con el pico amarillo. Son el anuncio de la naturaleza para que los animales vuelvan a sus casas a dormir o eso decía mi madre.

            En realidad nunca había conocido a su madre. Se había criado con su abuela ya que sus padres murieron cuando él no tenía más que unos meses de vida.

***

Cuando las farolas del parque comenzaron a encenderse, con un chasquido perfectamente compenetrado ejecutado de modo marcial, y pasaron del azul eléctrico a una especie de naranja sereno, el canto de las aves se fue rompiendo por ráfagas de silencios iluminados de noche.

El frío de la nocturna brisa, atravesada de los recuerdos aún cercanos de un invierno que apenas había pasado, puso la piel de Ángel ligeramente espigada. Recordaba que, al salir de la habitación, tuvo en sus manos una chaqueta de punto, ahora se lamentaba de no haberla traído finalmente, no tanto por él, sino por la posibilidad de ofrecerla a la dulce Anabel.

***

Alguien se acercaba por uno de los caminos del parque, sonaba divertido, era como si un grupo de críos salieran del colegio en pleno recreo, mucho barullo, pero completamente inocente.

Ángel se ocultó de nuevo entre las sombras de un sauce, a la espera de que aquel jolgorio se esfumase del mismo modo en que había aparecido.

-¡Mira!-gritó uno de ellos.
-¡Ahí está! ¿La ves?- acompañó otro -¿Está buena o qué?
-¡Qué, tía! ¡Qué guapa tan calladita!- y las risas y las burlas siguieron.
Las ofensivas palabras resonaban violentas en la cabeza de Ángel como si un tambor de dimensiones inhumanas hubiese sido golpeado con furia por un semidiós.

            No entendía porqué hablaban así, ¿se referían a Anabel?, ¿quién, en su sano juicio, se atrevería a hablarla así? No podía ver desde su nicho, pero comprendía perfectamente que nada bueno podía estar pasando.

            Nervioso, asustado, trató de encontrar en su interior un poco del valor del que tanto había escuchado hablar en la tele, aunque era complicado luchar contra su anquilosante fobia social.

Paralizado de dolor moral, sólo podía esperar que el tiempo, que hasta ese momento había transcurrido dulcemente lento, recuperase su ritmo y arrastrase lejos a los animales que se habían atrevido a profanar la honra de la hermosa dama.

***

Al cabo de un rato, las irracionales criaturas se cansaron de ofender y humillar. El estallido de unos cristales y unos pasos acercándose al lugar, veloces, disgregaron a los infames y disolvieron el aquelarre.

-¡Malditos cabrones!-gritó con furia Ángel al asomarse desde detrás del sauce.

***
-¿Quién eres?- interpeló un hombre alto y delgado, con un extraño uniforme de colores verdosos que, al amparo de las farolas, se antojaban ocres y amarillentos.
-Soy Ángel.
-¿Has visto a esos energúmenos?-le preguntó el acompañante del primero, un tanto más rechoncho y bajito.
-No, sólo les escuché gritando a Anabel.
            Los dos uniformados se miraron fijamente durante un instante, extrañados ante la desconcertante respuesta del joven.

-¿Qué hacías aquí?
-Sólo quería saber la hora y le intenté preguntar a ella- dijo señalando el cuerpo inerte tumbado en el frío césped.

            La pareja quijotesca volvió a mirarse con más incredulidad aún.

-¿Acaso creías que ella podía decirte la hora? Pe…pero…-y las palabras se apagaron en su boca antes de escupirlas-…pero si es una estatua- y comenzaron a reírse con tal estrépito que hasta los estorninos se despertaron y se lanzaron al cielo en busca de un paraje más sereno.


Aquella tarde, Ángel descubrió que las estatuas no saben la hora.

Nada y todo hay

NADA es lo que TODO tiene en común, para todos, para siempre.

Nada hay como la esencia misma del cosmos que te envuelve a cada paso que das, nada como la propia sed de aire que te atrapa con una consciencia letal impidiendo que los latidos cesen de modo voluntario, nada como el ligero rayo de esperanza que a cada suspiro se estremece en el viento solar tomando de su luz una energía liberadora que expande los pulmones en un infinito estado catártico que renace en cada parpadeo.
Nada hay como el balanceo constante de un péndulo atemporal e infinito, que marca la permanente variabilidad de todas las cosas y su inmutable sonido retenido en un tic-tac que ha de sentirse golpeando con delicadeza indeleble la dulce paz de la superficie de un océano en calma.
Nada tan tierno como un beso enamorado y granado, encarnado en los carnosos labios carmesí de un sol que devora a su paso nubes de tonos tristemente vacíos y los llena de esperanzado esplendor que se desprende sobre campos inundados de briznas susurrantes que navegan sin moverse al son de un viento que las llama a volar.
Nada tan tierno como la mirada profunda de un mar de otoños por llegar, lleno de la vida que me está faltando perdida en un cielo lejano que no quiere regresar y devolverme a la tranquila eternidad que me está prohibida de momento.
Nada hay como el murmullo sereno de una noche de sombras sigilosas que caminan de puntillas por los rincones del alma haciendo cosquillas en donde más duele, tratando de no dejar sino lamentos encogidos y escogidos llantos que pelean por desaparecer de una vez y para siempre y para nunca volver no dejan rastro de migas aunque sus pasos no se pierden en el horizonte arenoso, sino trascienden más allá de las distancias y se mantienen a mi vera para darme la señal.
Nada hay como la cálida sensación de una noche de verano que te abraza en el arroyo sinuoso de un riachuelo de corrientes ascendentes que rebuscan en tu interior, sofocando la nostálgica desazón que se cobija entre los sentimientos más hondos y los deseos más clamorosos.
Nada hay, por tanto, como no sentir el abrazo del sol llenando de líquido deseo el alma, como no sentir sino praderas desiertas, pobladas de sombras de lo que fue y nada más, tratando de encontrar un soplo de viento que te acoja los sentimientos y los lleve a donde el corazón quiere llegar.
Nada hay sino tristeza a cada paso, melancólica humedad que aflige el cuerpo y empapa de silencios fríos cada rincón de un ser que nada puede hacer sino esperar.

Si de noche lloras

Las lágrimas, con su cicatrizante sal de la mano, se tornan pesadas losas que oprimen algunas vidas.

Porque cierras
los ojos cuando quieres
ocultar tu llanto,
porque cierras
tu mar de melancólicas olas,
marea de soledad que,
cegada por la violencia de un sol
que no calienta
en tu invierno congelado,
retoza
entre acantilados cristalinos
y cielos encapotados.
Porque cierras
de par en par tu mirada
triste y callada,
porque cierras
tu ventana de transparente alma,
ánima animosa que,
muda por la crueldad de un viento
que no respeta
tu murmuro suplicante,
vaga entre silencios abruptos
y lamentos desconsolados.
Porque cierras
tu corazón no ves
que mis sentidos te están observando
y sigues llorando.

Llamada

Las dunas parecen llenarse con al arena del reloj que cuenta nuestro tiempo.

Llama de amada, tiempo infinito.
Rompo mi alma y exhalo,
entre quimeras de encuentros,
el límite mortal irrumpiendo
con impetuoso tronar
en el devenir de la realidad
y naciendo de nuevo,
con ilusión renovada
y alas de seda y el pandeoro
de un mosaico renacentista,
mi voz en ti.
Llama de amada, llamada esperada.
Enamorada en el delirio,
quemando las velas que te alejaron de mí,
abro mi corazón a los cuatro vientos,
volando lamentos y tempestades
que empujan mis diluidos lamentos
lejos de donde los puedan escuchar,
para que la vida siga su curso imparable
y el pequeño reloj que todo domina
atienda a razones perdidas
y a llamadas.
Llama de amada, canto dolido.
Resonada en mi cariño,
hinchando trapos de algodón y lino
jaleados por un torbellino de deseos,
la calma de ayer hoy ha crecido,
se ha hecho mayor
y su tez serena y paciente,
dominada por la angustia de la soledad,
anhelante de tu tacto
se muere a brazo partido
y corazón.
Llama de amada, tiempo infinito.

Intento en blanco

La pasión del encuentro entre la hoja y el lápiz, fruto del desesperado encuentro entre la soledad y la angustia.

Tierra maldita teñida de blanco despertar, absorbe con placer las extrañas siluetas sombreadas de unas notas discordes que señalan un camino que se antoja sin final, deleitando al amanecer con sus sentidos lamentos, desprendidos de toda ilusión, porque ya no queda aire en el mundo para relatar su desesperación apopléjica, detenida en un tiempo que no sabe continuar, atrapada en un cruce de vientos que la quieren desmembrar.
El lápiz repasa los sabores de la melancolía y se mece en la pútrida conciencia maldita que lo lleva de letra en letra, arrastrando a su paso cada palabra, golpeada por un destino separador que lo ahoga entre despedidas nocturnas día tras día, partiendo el alma de carbono que una noche soñó con ser diamante y ahora muere diluida en un infinito mar de historias pernoctadas.
La hoja observa la muerte lentamente anunciada del utensilio orador que orada su virginidad y disfruta con la pérdida de su tesoro, sabiendo que su paso de niña a mujer puede ser más que una etapa, puede darle la vida eterna, portando con orgullo el epitafio de un lápiz que describió un amor separado por un mar de tinta y arena.

Cartas a mi amada

(1)
Los días, inevitablemente largos, se arrastran lentos llevando en su equipaje la pesada carga de las noches sin ti.

Coronado de espinos, abrasándose en la palma de una mano, con el espíritu marchito evocando sentimientos como continentes deslucidos y nostálgicos, dolido de amores, sobre la paz ardiente de las estrellas infinitas y la insaciable frialdad de una pálida y mortecina luna, el crespón enlutado de una noche cerrada, cerrada a la vida y a la realidad, recelosa de las almas durmientes que vagan por un laberíntico camino jalonado de sueños, anuncia la muerte del sol, pero sólo un joven enamorado llora asomado a la ventana. Llora en silencio, llora en penumbras, llora por la amada que partió lejos a buscar al astro rey y que aun tardará muchos funestos atardeceres en retornar con su calidez para llenar de luz la oscura soledad que lo oprime.

(2)
Buenas noches, mi alma.

No puedo ya, ni quiero, sentir que no te tengo, sentir que ya te has ido hacia el desierto que me asola el corazón, hacia la perdida tierra sin nombre ni dueño, sin agua y sin perdón, dejando atrás el tiempo en que la risa conquistaba cada grano de vida que nos latía desde la punta de los dedos hasta el centro del corazón, sangrando dicha e ilusión por las cosas más mundanas y por lo demás.
No puedo ya, ni quiero, sentir que no te siento, sentir que tu calor ha abandonado el murmuro de unas sábanas frías que te esperan desde el primer día y que no me quieren transportar al mundo de los sueños donde sólo te puedo tener, donde los abrazos eternos pueden calmar todo el sólido silencio que me embarga y sin embargo, tratan de transportarme a la desolación de un desértico oasis en el que mis lamentos exhalan la nostálgica soledad que me asalta y que me entierra.
No puedo ya, ni quiero, sentir que aun no pasa el tiempo, que la arena del reloj se duerme y no camina, que la vida se me para en la palma de las manos y se escurren lentamente los días, tan despacio que casi los quiero atravesar y no puedo.
No puedo ya, ni quiero, sentir que no te tengo, sentir que no te siento, sentir que aun no has vuelto.

(3)
Si lo necesitas,
traeré mi tiempo y mi destino
aferrado a tu cuerpo dejaré,
y las noches
que aun nos quedan, embriagadas
de estrellas arropadas en un cielo
que las cobija en el silencio de una luna nueva,
serán segundos incontables
que se pierdan en la distancia que nos separa.
Si lo necesitas,
traeré tus sueños y tus deseos
enredados en mi pecho dejaré,
y los días
que aun nos quedan, empapados
de palabras arropadas en un viento
que las envuelve en el silencio de una duna nueva,
serán tormentos innombrables
que se olviden en la distancia que nos atrapa.