martes, 8 de julio de 2014

Anhelo de cama (Poco a poco)

Nada como un buen despertar, desayunando tostadas sobre un paisaje de alegría.

Demostrando un inmenso valor, un indescifrable cielo azul intentaba abrirse paso a través de las oscuras sombras de irrealidad que una alocada noche de pesadillas se empeñaba en mantener eternas. Poco a poco, las gotitas de cristal anaranjado, se fundían en el silencioso despertar de un bullicio que no tardaría en alcanzar el insoportable apogeo de su madurez mental, con gritos de coches y trompetear de peatones. El nuevo día, cargado de las fragancias de unas asilvestradas pero disciplinadas flores, manifestaba el inminente resurgir de un nuevo año estacional, con una primavera brotando de rama en rama y saltando de esquina en esquina, a la caza de algún hueco verde donde poner un graffiti, llenando el vacío colorista de multitud de pequeñas firmas de diversa intensidad olfativa y peligro de alergia. Una vez que el sol logró lanzar un par de rayos de esperanza, toda la ciudad despertó, ahora sólo quedaba contar las horas que faltaban para poder volver a fundirse en el encanto de unas sábanas cargadas de posibilidades ingentes, otro día por terminar y aun no había sino empezado.

El olor a café reciente penetraba, sin permiso, por la ventana abierta de su habitación, furtivo, introduciendo el sutil aroma del despertar por las rendijas de una persiana anclada en su posición de descanso mucho tiempo atrás, tanto que parecía un cadáver descomponiéndose al sol y a la luna. Aún era pronto, pero aquél día, al que le quedaba toda la vida, era especial y sabía que necesitaba hacer las cosas bien, con tiempo suficiente para repasar cada paso que diera, cada movimiento, y poder, en caso necesario, volver a superar lo que hubiese salido mal; esta vez no quería dejar las cosas al destino o a la improvisación, cualquiera de ambos fatales para su futuro.

Una vez se había decidido, tomó aliento y se puso en pié, como llamado por la voz de un dios al que tiempo atrás había dejado de aceptar, deslizó sus pies descalzos sobre una moqueta cuyo color no recordaba ni por asomo el crudo original que había sido: "tan poco importan los pequeños inmensos detalles en los que se fijan la mayoría"- se decía a menudo, tal vez como excusa con la que escudarse ante los ataques constantes a los que se enfrentaba a cada paso que daba.

Su camino directo al baño sólo se vio interrumpido por un arrebato de aproximarse a la cafetera, pero el caos en que se había convertido su cocina no permitía siquiera arrimarse al fregadero, en donde se ocultaba el filtro bajo toneladas de escombros y comida en avanzado estado de putrefacción: "tal vez luego tenga tiempo, ahora no puedo pararme".

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