martes, 1 de julio de 2014

Nada más

Esta noche me pregunto cómo sonará la calle sin el alumbrado, cuántos olores se saborearían si el tiempo se detuviese y naciese, en este instante, una fragancia de azabaches sombreados.

Las nubes quieren fundirse en un abrazo de reconciliación y adoptar, como a un hijo, al humo que se escapa por todos mis poros. Atrás quedó ya el amargo sabor de un sol teñido de dulce naranja madura, y ahora la sensación de aquel viejo atardecer, muriendo lento desde las farolas de otros tiempos, me sabe a ficción.

Hoy ha sido un día luminoso, iluminado por la nostalgia de tantos otros recuerdos que me he empeñado en olvidar, esa clase de recuerdos que llenan el alma de ahogo; y es que cada suspiro se clava más profundo que el anterior y respirar esa memoria duele.

Esta noche me he lavado, el olor a muerte que me va llegando me impide recordar si acaso aún tendré vida. No sé, esta noche puede que ya haya muerto y sea uno de esos recuerdos que tanto me hieren en el profundo sueño de cualquier otro.

Porque hay otros, supongo, aunque si existen o no, si sólo son parte de mi memoria y estoy en esta soledad recordando lo que fue, si acaso esos malditos ecos no han existido nunca y las voces y los ruidos de la calle no están, y las farolas yacen en mi nocturna sensación, quizás no merezca ya la pena pensar y tan sólo el hecho de dejarme morir, en el arrastre de un torbellino de brisas, borre para siempre este hastío.

Pero llevo ya tanto tiempo meciéndome al infinito, colgando de un vacío cargado de tantas y opuestas ideas, aferrado al balcón que me ha tocado vivir, que ya no quiero a veces soltarme.

Tal vez la monotonía ha jugado conmigo en tantas ocasiones, soltando poco a poco despojos de realidad bajo mi mirada, que ahora ya sólo reconozco el tacto de la lluvia y las estrellas y, apenas sin vista, siento cómo se ríe de mi nublado oído.

Recuerdo al primer hombre que me hirió y aún sangra aquella herida; recuerdo a los niños y hasta a los perros, que todos supieron cómo deshonrar mi mundo, mi ser, mi alma.

¿Qué fue de mi pasado? ¿Qué de mis padres? ¿Qué fue de mi tiempo que pudo pertenecer a la cima de un monte y hoy se pierde en la soledad de una ciudad, tan poblada de gente y no de personas? Las preguntas ausentes se cargan de ninguna otra respuesta y por eso no las hago, ¿Qué más da mi pasado si apenas me importa el futuro? Sólo quiero dejarme en paz...

Poco a poco la delicada sensación de soledad se ha ido recreando con la angustiosa melancolía del triste día que me quedaba por venir. Quiero encaramarme al lugar más alto que pueda ver, pero mi perdida vista no alcanzaría, ya, a dar un paso más; sin embargo, no siempre fui así, aún puedo recordar algunas caras cerca de mí, no conmigo, pero la cercanía de aquellos ausentes contactos bastó para hacerme partícipe de la vida, salir del mar de dudas que me embargaba y escapar al mundo de la realidad llevando de la mano tantas caricias que... si acaso esta noche recordase alguna.

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