Si decido sentarme, ni las palomas que me han visto lanzar migas de pan me llorarán más que yo mismo, ni las palabras que hoy me dejo me acompañarán a donde vaya, ni el silencio compañero velará mi despedida.
Si decido volar, tan sólo el tiempo de los niños, retrasado hasta el futuro, hará de mi pasado un desempeño que niegue la certeza del suicidio y abra la puerta al desconcierto.
Si decido irme, seré la última persona en reconocerlo y la primera, que sin saberlo, entenderá que la nostalgia no se larga por desearlo, que la tristeza no se pierde en el tiempo, que el olvido nunca llega a la memoria y que la pena que te rompe nunca cesa.
Si no decido morir, nunca leerás esta carta.
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