domingo, 26 de octubre de 2014

Sólo una vez

El tiempo no lo cura todo, en ocasiones existe una barrera invisible que va soportando el paso de los instantes, cual presa, y, con sólo un segundo de más que llegue, se desmorona toda la impotencia y la agresividad contenida.
Los vecinos del cuarto, sentados en la cocina cenando una sopa, supongo que sea de verduras, una pareja de ancianos que siempre sonríen al entrar en el ascensor y preguntan el piso al que voy, y siempre les respondo con la única sonrisa que he aprendido a mostrar, una de esas que apenas muestra sentimientos pero que con el paso de los años he logrado evitar que muestre desprecio, una sonrisa plácidamente neutral. Al quinto, gracias.
El aire cálido de esta noche de verano silva en mis oídos un triste blues de despedida.
La mujer del tercero, afanada en sacar brillo a unos platos que no dan más de sí, como ocurre en su matrimonio, seguramente espera que vuelva su marido, de tomarse más de lo debido, o de pasear por esas calles de mala fama que hay en cada ciudad.
La calle está vacía.
Los estudiantes de segundo tienen una especie de fiesta, como siempre, todas las luces de la casa encendidas, todas menos las suyas, que se han consumido con tanto alcohol y tanto videojuego. Retumba en los cristales alguna de esas nuevas invenciones "tecno musicales", con muchos gritos distorsionados.
Llega un zeta de la policía chillando y frena en el portal.
Una paloma enfermiza, con el cuello desplumado por alguna de esas enfermedades que porta, y con las patas hechas muñones por haberse posado en asfalto reciente, sale volando del alféizar de la oficina del primero. Nunca he sabido bien qué tipo de asesores trabajaban aquí, pero sus consejos no podían ser muy buenos si ha quebrado la firma.
Golpeo el suelo con estrépito delante de la pareja de jóvenes policías, en mi opinión un poco novatos, y todo desaparece, no quedan recuerdos ni angustias, no queda miedo ni rabia, la sangre que brota de mi cuerpo borra las señales que él dejó en mí.
Por cierto, arriba, en el quinto, el piso del que he llegado, quedó la luz encendida, por favor, cuando saquéis los trozos de mi marido, apagadla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario