sábado, 7 de marzo de 2015

El olor

Al abrir la puerta noté un olor extraño, desagradable, y, cual sabueso, anticipé mi nariz a mis pasos y me dispuse a buscar el origen del nauseabundo hedor.
El gran problema de los apartamentos, con su infinita humildad y sencillez y su diminuta magnitud, es que cualquier olor, por débil que sea, parece impregnarlo todo por igual, de manera que la empresa que, en un primer momento se me antoja leve, se torna complicada y parece que nunca se logrará.
Dejo la nariz en "estanbai" y paso a realizar una inspección ocular del escenario.
Mi primera idea pasó por revisar el retrete, parece lógico asumir que los malos olores provengan de tal localización, sin embargo, y para mi sorpresa, la pulcritud de aquel habitáculo podía solo asemejarse a la resplandeciente inocencia de un amanecer en el polo norte, limpio e inmaculado.
Dirigiendo mis pasos hacia la cocina, trataba de razonar, deducir y obtener la recompensa del hallazgo ansiado, aunque aún no había pensado qué hacer con la fétida sorpresa cuando la encontrase. Tampoco había nada raro allí.
Al final, dado que la noche hacía tiempo que dormía ya y en el reloj del salón, una de esas imitaciones de reloj de pared que tanto me gustaron siempre, las doce de la noche habían sonado varias horas antes, decidí abrir las ventanas de la cocina y el salón y, sin más, tumbarme en la cama a descansar de una vez.
A la mañana siguiente, el olor que surgía de las ventanas alertó a los vecinos, quienes llamaron a la policia. El agente que entró en mi habitación notificó el hallazgo y avisó para que viniese a verme el forense.

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