miércoles, 18 de marzo de 2015

Muero sin morir en mi

Cerca de mi alma vi pasar mi nombre en tu voz delicada. Tal vez llegaste a acariciar mis brazos fríos o mi rostro, apenas lo recuerdo, sólo sé que me miraste a los ojos largo tiempo, hasta que nos fundimos en una esencia, en un ser sediento de más deseo. Luego, colmado de amor, llegó la distancia, la oscuridad, el silencio, el gélido abrazo de la nocturna soledad.
Nuevo día, nuevas caras, nuevas miradas, pero no tus ojos, nunca más tus ojos. Luego otra noche, con su melancólico reloj cargado de segundos interminables.
Así, uno tras otro, los días dieron paso a las semanas, estas a los meses y, por mucho que traté de hallar tus ojos, los años se me vinieron y tú no.
Sin más, no recuerdo cuanto tiempo había pasado pero sí que ya, dolido y abatido, apenas te buscaba, sentí de nuevo aquel calor que una tarde hiciste mío, noté aquella caricia que añoraba mi frío ser, alcé la vista y vi tus ojos, pero no lo eran, vi tus manos, pero tenían otra edad, eran más jóvenes.
Entonces escuché, de nuevo, mi nombre en tus labios, David de Miguel Ángel, y mi alma volvió a latir, como aquella vez, como aquel día que me sentí vivir entre tus brazos, enredándome en tu alma.
Pero, trágico e imperturbable destino, de nuevo te fuiste y me quedé solo, completamente solo entre la muchedumbre, lamentando mi quietud y mi vergüenza, volviéndome loco cada minuto de mi imperecedera existencia, sin saber qué nombre le pusiste a nuestra hija.

No hay comentarios:

Publicar un comentario