lunes, 24 de agosto de 2015

La partida

Las piezas están dispuestas. Un peón hace su movimiento y dispara la primera de las alarmas. En respuesta, un caballo azabache se lanza al frente, relinchando.

Los minutos pasan y los movimientos se suceden, irremediablemente, hacia un destino aun no escrito, sin embargo, ambos han terminado la partida y se sienten vencedores.

La dama, despojada de su pudor, desliza su cuerpo con sutileza, entre sedas alboradas, tratando de emboscar a un rey de ébano que, lejos de plantar batalla, sigue la contienda tras los muros de su gran torre.

El tiempo pasa y los alfiles ya han sido empleados en el juego, abriendo el camino de la batalla hacia lugares infinitos, tratando de regalar algo de tiempo a un hado que se empeña en reducir cada una de sus conquistas.

La hora del duelo final llega cuando la última pieza cede, ante la presión de la reina de nácar, y las defensas del reino del petróleo caen, dejando a su monarca a merced de sus designios.

El tiempo se detiene, la tenue luz de la estancia parece amortiguar sus conciencias, sin embargo ambos permanecen frente a frente, entendiendo cada paso, cada movimiento, cada deseo.

Ella le mira sonriendo, él responde con sus ojos serenos, sabiendo que el momento ha llegado. Ella se acerca más, él la espera. Un poco más, sólo unos segundos más que él soporta con sumisión hasta que, al fin, ambos lanzan un gemido de placer.

Ella se recuesta sobre él, como la luna se tumba sobre el cielo nocturno y, así, permanecen desnudos hasta el amanecer, sobre una cama llena de piezas de ajedrez pero sin tablero.

2 comentarios:

  1. Una erótica y sutil contienda entre dos almas que juegan con destrreza, quién sabe exactamente a qué... Estupendo relato, Rodrigo, me ha parecido evocador y muy ocurrente :))

    Un abrazo!

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    1. Gracias, Julia, por darme razones y ánimo para seguir escribiendo.
      Un abrazo.

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