domingo, 24 de abril de 2016

Duermo sin sueños

Ya no quedan ventanas encendidas.
No hay sonidos en la calle, salvo el canto de algún grillo que no se ha percatado de que el invierno no se fue y sus posibles parejas estarán postradas en sus lechos glaciares, frías e impertérritas, a la espera de tiempos mejores.
No queda nadie despierto, ni las lechuzas vuelan a estas horas de la noche.
Ya ni el tiempo pasa, aunque sus pasos resuenen en el silencio de esta casa dormida, y yo, vencido por un mar de sueños, dominado por una imposible realidad, sigo tumbado, sólo acostado y solo, sin saber qué hacer con las horas ya perdidas.
Ya la noche está roncando, hasta la luna ronca, y las estrellas, que no roncan porque soy demasiado bellas para hacerlo, se limitan a dar pequeños rebufitos, apenas audibles, entre destello y destello.
Mi sol y mi cielo duermen, soñando con mundos distintos, ajenos e, incluso, prohibidos, pero yo sigo sin poder pegar ojo, sin poder conciliar ni sueño ni descanso, sin poder abrazar a Morfeo y pedirle un último deseo.
Ya toda la vida se ha dormido y yo, sabiendo que nunca más volveré a despertar, muero por soñar otra vez junto a los míos.

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