jueves, 2 de junio de 2016

¿Qué cojones he hecho?

Al colgar mi smartphone, sólo podía articular una pregunta.

El pasado martes, 31 de mayo de 2016, recibí una llamada telefónica a las 12:40 p.m.

Después de pasar dos cribas, en un proceso de selección para el puesto de jefe de equipo comercial, me habían citado, a las 10:00 a.m. para la entrevista final, con el propio gerente de la empresa, a quien acompañaba la responsable de RRHH con quien ya había tenido ocasión de defenderme en la anterior cita.

Como es lógico, llegué puntual, y como es habitual en mí, con 3 minutos de adelanto para evitar cualquier mala impresión. Tuve que esperar 8 minutos hasta que me vinieron a buscar y encendieron la luz de la sala en la que esperaba.

Duchado, afeitado, peinado y con un traje apropiado, pues la ocasión así lo requería, me presenté portando, en mi maletín, un proyecto en PowerPoint, copia impresa en papel y copia abierta en el Ipad, para dar un punto más a mi intervención, en el que desarrollaba mi idea sobre la selección, creación y formación y el seguimiento y motivación de un equipo comercial.

El pasado martes, 31 de mayo de 2016, me llamaron para indicarme que querían contar conmigo para ese nuevo proyecto.

Sin entrar en detalles, solamente diré que les gusté desde el principio; mi curriculum encajaba perfectamente en las necesidades de su empresa, tanto para desarrollarme en el departamento de telecomunicaciones, como para tomar el control del nuevo proyecto, dedicado a la seguridad, en el que querían sumergirse para ampliar negocio; mi sinceridad les agradó, así como mi entusiasmo por el aprendizaje y la mejora continua y mis habilidades comunicativas.

Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos, a pesar de toda la valía que decían haber visto en mí, a pesar de toda su confianza en el nuevo proyecto, tomaron la decisión de ofrecerme un contrato a media jornada, durante tres meses, para evaluar mi trabajo, contratado a través de una E.T.T., para una posterior incorporación a plantilla pasado el periodo mencionado.

Mi cabeza trató de trasladar esa información al proyecto que debía afrontar; intenté hacerme un rápido croquis de cómo podía ejecutar mi labor teniendo solamente 4 horas de trabajo al día y no pude.

Antes de empezar ya me flaqueaban las piernas, pero no por cansancio, sino por la impotencia de tratar de gestionar, en condiciones normales, ya no digo óptimas, un equipo de ventas, en tan poco tiempo.

Lo que se me había antojado un sueño, un empleo estable, con trayectoria y posibilidades reales de mejora, se convirtió en un quebradero de cabeza.

Ayudar a una empresa a desarrollarse en un nuevo sector, tener la oportunidad de seleccionar y formar a un grupo de personas, crear un equipo, motivar y apoyar para dar respuesta a nuestras necesidades individuales, combinando esfuerzos, para alcanzar los mejores éxitos de la empresa, formar en profundidad a mis compañeros para, tras lograr una expansión territorial, crear nuevos equipos, gestionados por quienes me habrían acompañado desde el comienzo, etc., todo ello, bajo la premisa de una contratación difusa, con un horario reducido en lo que a salario se refiere, pues, a la hora de ejecutar el puesto me exigiría a mí mismo 8, 9 o 10 horas diarias.

Siendo así, ¿por qué motivo me siento tan mal varios días después?


El pasado martes, 31 de mayo de 2016, rechacé una oferta de trabajo.

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